viernes, 22 de enero de 2010

El niño-pez

De alguna manera estaba de vuelta en una especie de instituto. Iba a clase, esta vez con mi hermana, a la que llevo diez años y medio, je. Después de varias clases tocaba "mar/piscina". Entrábamos al agua por una especie de piscina, en la que el nivel del agua iba ascendiendo gracias a una rampa de suave pendiente. Íbamos las dos provistas de gafas y tubos para poder ver el fondo. La piscina dio paso al mar, lleno de algas espesas y multitud de peces. Nos entreteníamos señalándonos mutuamente los distintos peces y disfrutando del agua. La profundidad no era excesiva, pero suficiente para no poder hacer pie. De repente observamos cerca del fondo dos peces manta. La sorpresa inicial cambió pronto a pánico, cuando nos dimos cuenta que se dirigían hacia nosotras. Empezamos a nadar lo más rápido que nos permitía las olas y nuestras fuerzas. Yo iba detrás, y cuando me giré para comprobar la distancia que nos separaba, vi que eran ya cinco las mantas que nos seguían, negras y con unas bocas enormes llenas de dientes más parecidos a los de los tiburones. Conseguimos llegar a la zona de la piscina. Gritábamos para que la media docena de niños que estaban allí nadando salieran del agua. Paloma sale y ayuda a los niños, mientra yo me vuelvo y utilizo las aletas de los pies, para moverlas rápidamente con las manos, como un escudo que genera corrientes y remolinos, e impide que se acerquen. Conseguimos salir todos. Una vez fuera con la adrenalina todavía corriendo por el cuerpo, digo a los niños que aprovechen y miren los colores de las mantas, desde el borde de la piscina. El lomo a la luz se muestra cubierto de colores más brillantes de marrones, verdes y ocres. Un zagal de unos ocho años,moreno y de cuerpo prieto, se deja llevar por el entusiasmo, y pegándose una carrera se lanza al agua antes que pueda evitarlo. Al contacto con el agua se convierte en un pez pequeño, un boquerón o una sardina. La manta más cercana, lo atrapa con la boca, y lo parte en dos. El cuerpo cae al fondo. Pero la manta ha perdido el interés y no se lo come.
En el colegio se busca al niño por todas partes. El director está estableciendo las direcciones con un microfono. La madre, está desesperada. Me obligo a coger el micrófono y explico despacio los acontecimientos. Como prueba de lo dicho, tengo que ir a recoger el cuerpo del niño-pez. De alguna extraña manera, éste se encuentra en lo alto de una torre, formada por pisos sin paredes , de apena un metro cuadrado y con inodoros en cada una de ellas. Utilizo una cuerda para escalar, y David, un vecino, me ayuda en sitios puntuales. Consigo llegar hasta arriba, y cojo el cuerpo del niño-pez. He de buscar la cabecita por la parte de atrás del inodoro. Al final, los encuentro. Me caben en la palma de la mano, pues sigue manteniendo la forma de pececillo.
Me despierto.

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