martes, 26 de enero de 2010

Camino al pasado

Un camino recto se extendía a lo largo de unos cuatro kilómetros. Era de grava blanca y en el centro del mismo se extendían macizos de plantas lilas que lo dividían. El camino nacía de una casa y acababa en un cruce de caminos. Dos niñas de ocho años me precedían y enseñaban el camino. Sus faldas blancas bailaban al ritmo de sus saltos. Yo llevaba una gran regadera azul. Tenía que ir regando las lilas mientras seguíamos a saltitos el camino, en ese ligero andar casi al trote que tienen los niños. El agua se terminó, cuando todavía quedaban un par de tramos que regar.
Una vez en el cruce, a la izquierda se extendía un paisaje que se me antojaba conocido en el sueño. Habían pastos verdes, y colinas onduladas, un bosque oscuro y en el cruce de colinas una visión en escorzo de una casa de tejados inclinados. El cruce de caminos era muy ancho y concurrido. A la derecha, en oposición al paisaje, había apenas un montículo sin vegetación, un erial seco. En el cruce me encuentro con un muchacho rubio. Parece que viene de una convención pues hay mucha más gente con él. Mientras estamos cruzando, una persona entre la multitud empieza a disparar. Todos corremos en línea recta asustados, al erial. Al llegar al montículo nos giramos. El chico que ha disparado se encuentra medio arrollidado apuntándonos.
-¡Quiero que salga!
Grita un nombre que no entiendo, pero que resulta ser el de mi rubio acompañante que también ha sacado un arma y se mueve parapetrado por los cuerpos asustados de las primeras personas, mientras busca ángulos de visión.
-¡Quiero que salga inmediatamente!
Vuelve a gritar, mientras suelta dos disparos: uno impacta a una muchacha. Tiene el pelo largo negro suelto y grita y se agarra el pecho mientras cae. El otro se aloja en la rodilla de un hombre. La multitud se gira y estudia con ojos desencajados por el terror a sus compañeros, mientras repite el nombre que grita el tirador, y buscan entre ellos al que se comporte diferente.
El tirador habla de un abuelo muerto hace tiempo, en la Segunda Guerra Mundial. Un alemán. Un nazi. Echa la culpa de su muerte a mi compañero, que apenas aparenta 25. La imposibilidad del encuentro por la diferencia de fechas, se trasforma en duda al observar su rictus, y la nube que de recuerdo que cruza sus ojos.
-No sabes de lo que hablas. Yo estuve ahí.-Dice con voz calma.
El chico rubio aprovecha en cierta medida el alboroto y dispara a su vez. Alcanza al tirador, pero no lo mata. Se acerca y le quita el arma. No hay ira en su mirada sino lástima por nieto que pretende vengar a un asesino que el pasado a retorcido en su mente como un héroe fruto de su tiempo.

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